No podemos cambiar la condición de las cosas y sí únicamente colocarnos en la disposición de ánimo digna del varón prudente para conformarnos con la Naturaleza y soportar con valor todos los acontecimientos.
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Esta es la carta Nº 107 que encontrarás en el libro Cartas de un Estoico. Su título original es «Debe robustecerse el ánimo contra lo fortuito y lo necesario».
En ella, Séneca habla del destino y de aceptarlo, ya que cualquier cosa que nos pueda pasar (a nuestro juicio, buena o mala) forma parte de la vida. Vamos con ella:
¿Dónde está tu prudencia? ¿dónde tu discernimiento? ¿dónde tu magnanimidad? ¡Tan pequeña cosa te angustia! Tus esclavos aprovecharon tus ocupaciones para huir. Si esos amigos familiares te han engañado (no quiero privarles del nombre que les dio Epicuro), ¿crees que han disminuido tus bienes por no tener en derredor gentes que te roían y que con harta frecuencia te disgustaban?
En todo esto no veo nada de extraordinario y que no debiera esperarse. Me parece que tan ridículo es enojarse por ello como por recibir manchas de agua o lodo al pasar por la calle.
La vida tiene igual condición que el baño, el pueblo y el camino, estando sujeta a cambios y malos encuentros. Vivir no es cosa delicada. Has entrado en larga carrera y necesariamente experimentarás choques y caerás y te cansarás, llegando a exclamar: ¡Oh muerte! Al fin llegarás al término; pero dejarás al compañero en un punto, perderás al amigo en otro.
No podrás terminar tan áspero camino sin experimentar accidentes desagradables; es necesario prepararse para todo y saber que se ha venido «a la mansión del dolor y la tristeza, donde habitan la pálida enfermedad y la triste vejez». En tal compañía ha de pasar la vida, compañía que podrás despreciar mas no evitar. La despreciarás si piensas con frecuencia en ella y prevés lo futuro.
Se resiste con más firmeza aquello para lo que desde largo tiempo estamos preparados, y con mayor facilidad se soporta el mal cuando estamos prevenidos. Por el contrario, al descuidado hasta los accidentes más pequeños espantan.
Debemos, pues, obrar de manera que nada nos coja de sorpresa; y como la novedad hace más sensibles las desgracias esta meditación asidua hará que no seas nuevo en ninguna.
¡Mis esclavos me han abandonado! Otros han robado a sus amos, los han acusado, los han asesinado, los han delatado, envenenado. Nada podríamos decir que no haya ocurrido ya. Presa somos de infinidad de males; unos arraigan en nuestro interior, otros vienen de fuera; y los que estaban destinados a otros, también nos atacan.
No nos asombremos por cosas para las que habíamos nacido; no tenemos razón de quejarnos puesto que para todos son iguales. Digo que son iguales porque el que las evita demuestra con el hecho de evitarlas que podía sufrirlas: y la ley es igual, no porque todos la usen, sino por haberse dado para todos. Decidámonos a la paciencia y paguemos sin repugnancia el tributo de nuestra mortalidad.
Temblamos cuando el invierno trae el frío; y sudamos cuando el verano produce el calor: la inclemencia del cielo altera la salud y en este caso enfermamos. A veces encontramos en el camino una fiera o al hombre, que es mucho más peligroso que las fieras. Nos arrebata algo el agua, algo el fuego.
No podemos cambiar la condición de las cosas y sí únicamente colocarnos en la disposición de ánimo digna del varón prudente para conformarnos con la Naturaleza y soportar con valor todos los acontecimientos.
La Naturaleza dirige todas las mutaciones que vemos en las cosas. Después de la lluvia viene el buen tiempo; se agitan los mares después de la calma; los vientos reinan alternativamente; el día sigue a la noche; cuando declina una parte del cielo se alza la otra, y la perpetuidad de las cosas consiste en su variación. Nuestro ánimo debe acostumbrarse a esta ley, sin acusar a la Naturaleza, creyendo que todo lo que sucede debía suceder.
Es bueno sufrir lo que no puede corregirse y obedecer sin murmurar a Dios, autor de todas las cosas. Mal soldado sería el que siguiese gimiendo a su general. Recibamos, pues, sus mandatos con prontitud y regocijo siguiendo el curso de este hermoso conjunto que arrastra consigo nuestro destino, y hablemos a Júpiter que gobierna esta máquina como le habla Cleantho en los bellos versos que traduciré a nuestra lengua siguiendo el ejemplo del elocuente Cicerón.
«Padre del Universo, dominador de los cielos, guíame donde te plazca; dispuesto estoy a seguirte. Nada resiste a tu voluntad: es necesario seguirte de grado o gimiendo. El hado guía al que quiere seguirle; al que se niega, lo arrastra».
Hablemos y vivamos de esta manera para que el destino nos encuentre preparados siempre. El alma grande se entrega a Dios y, por el contrario, el ánimo estrecho y pequeño le resiste y, juzgando mal el orden del Universo, antes quiere enmendar a los dioses que enmendarse él mismo. Adiós.
Si quieres tener todas las cartas de Séneca a su buen amigo Lucilio en papel o en formato digital,
las encontrarás en el libro Cartas de un ESTOICO.