371. Todo concluye, pero nada perece (Séneca)

Si tanto deseo tienes de vivir, piensa que no perece nada de lo que vemos desaparecer de nuestra vista, sino que vuelve al seno de la Naturaleza para salir muy pronto.
Todo concluye, pero nada perece. 

Carta número 36 del libro Cartas de un Estoico, con el título «original» de VENTAJAS DE LA TRANQUILIDAD. DE LA OPINIÓN DEL VULGO. DEL DESPRECIO A LA MUERTE. Aquí la tienes:

Anima a tu amigo para que desprecie profundamente a aquellos que le censuran haberse entregado al reposo y preferido la tranquilidad a las dignidades que ha abandonado cuando podía subir más. Diariamente les hará ver lo bien que ha obrado. 

Aquellos a quienes se envidia, no subsisten mucho tiempo; unos caen, otros son aplastados. La prosperidad es inquieta y turbulenta: se atormenta, se agita el cerebro y no de una sola manera. Inspira a unos deseo de autoridad, a otros inclinación a los placeres; hincha a éstos, ablanda y enerva a aquéllos.  «¿La soportan bien algunos?» Sí, como hay quienes soportan bien el vino. 

La muchedumbre que rodea a alguno no debe persuadirte de que sea feliz, porque acuden a él como a un lago, cuyas aguas enturbian y agotan al fin.  «Lo llaman holgazán y frívolo». No ignoras que hay gentes que dicen y firman cosas contrarias. Antes le llamaban feliz: ¿lo era en efecto? No me fijo siquiera en que no faltaban quienes le encontrasen el carácter demasiado rudo y tétrico. 

Aristón decía «que prefería un joven grave a otro alegre y amable; que el vino áspero cuando es nuevo se hace bueno con el tiempo, pero el que es agradable desde el principio no puede conservarse». No te cuides de que le llamen triste y enemigo de su adelanto; esa melancolía será un bien en su edad madura, con tal de que continúe amando la virtud y aplicándose al estudio, no de esas cosas que basta conocer superficialmente, sino de las que conviene sondear. 

Este es el tiempo de aprender. «¡Cómo! ¿hay alguno que no sea de aprender?» No, pero así como es honesto estudiar en todo tiempo, no lo es hacerse instruir en toda edad. Ridículo sería ver un anciano estudiando el alfabeto. El joven debe aprender y el viejo aprovechar lo aprendido. 

Cosa utilísima harás para ti si a tu amigo lo haces perfecto. Existen beneficios tan útiles para hacerse como para recibirse, no como aquellos que están bajo el poder de la fortuna. En último caso ya no es libre, puesto que ha dado su palabra. 

Menos vergonzoso es faltar al acreedor que no responder a la esperanza que se le dio. Para pagar sus deudas necesita el comerciante próspera navegación; el labrador la fertilidad de la tierra y el favor del cielo; pero para lo otro basta la voluntad, sobre la que no tiene ningún poder la fortuna. 

Que la disponga de suerte que pueda adquirir esa tranquilidad y revestirla de ese espíritu que ignora si ha perdido o ha ganado; que permanece inmóvil cualquiera que sea el giro que tomen los negocios; que se encuentra siempre superior a los bienes que le llegan y no desciende cuando la fortuna los recobra o le quita una parte; que dispararía flechas desde la infancia entre los parthos y lanzaría venablos desde la niñez si hubiese nacido en Germania; que hubiese aprendido a montar a caballo y a combatir cuerpo a cuerpo si hubiese vivido en tiempo de nuestras abuelos: cosas son éstas que las costumbres del país obligan a saber.

¿Qué es, pues, lo que debe aprender? A despreciar la muerte, que es excelente defensa contra todo linaje de ataques y de enemigos. Porque nadie duda que la muerte no tenga en sí algo de terrible que asusta a los hombres en quienes la Naturaleza puso el amor a la vida; de no ser así, inútil sería prepararse y animarse a una cosa que haríamos por instinto, como cuidamos de la propia conservación. 

Nadie aprende a fin de poder, en caso de necesidad, descansar en un lecho de rosas; sino que se endurece para que la fe no ceda a los tormentos, y, en caso necesario, poder permanecer toda la noche en la trinchera, hasta de pie y herido sin apoyarse en las armas para que no le sorprenda el sueño. La muerte no lleva consigo ninguna molestia, porque es necesario que lo que produce molestias tenga existencia. 

Si tanto deseo tienes de vivir, piensa que no perece nada de lo que vemos desaparecer de nuestra vista, sino que vuelve al seno de la Naturaleza para salir muy pronto. Todo concluye, pero nada perece. 

La muerte que tanto tememos y rechazamos hace cesar la vida, pero no la quita; llegará el día en que nos pondrá de nuevo en el mundo, al que muchos no querrían volver si recordaran haber estado ya en él. Pero muy pronto te demostraré que todo lo que parece perecer no hace más que cambiar. 

Puede uno marcharse sin pesar, cuando se marcha para volver. Considera las vicisitudes de las cosas y verás que nada se aniquila en el mundo, sino que cae y se levanta sucesivamente. Se marcha el estío y otro año le trae; pasa el invierno, pero los meses le traerán también; la noche oculta el sol, pero el día la disipará enseguida. 

Todo el curso de las estrellas no es otra cosa que paso y regreso que se hace alternativamente por los mismos caminos; una parte del cielo se levanta continuamente y otra baja. 

Terminaré añadiendo que los niños y los locos no temen la muerte y que es vergonzoso no adquirir por la razón la seguridad que da la demencia. Adiós.

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