No depende de mí vivir mucho tiempo,
pero sí depende de mí ser hombre honrado mientras viva.
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Hoy traigo una carta de Séneca sobre la muerte. Un tema tabú en nuestra sociedad pero que no nos queda más remedio que mirar de frente por la situación que estamos viviendo. De toda crisis puede sacarse un aprendizaje, como cuando Séneca nos habla de la pobreza.
Esta vez no he cambiado el título original porque me parecía muy acertado. Puedes encontrar esta carta, la número 93, en el libro Cartas de un Estoico. Aquí la tienes:
En la carta que me escribes acerca de la muerte del filósofo Metronacto, lamentando que no haya vivido lo que podía y debía vivir, he echado de menos la equidad que tienes en todas tus acciones y negocios y que te ha faltado, como a los otros, en esta ocasión.
Se encuentran muchos que son equitativos con los hombres y pocos que lo sean con los dioses. Diariamente nos quejamos del destino. ¿Por qué fue arrebatado aquél en medio de su carrera? ¿Por qué no muere este otro? ¿Por qué se prolonga la vejez, tan gravosa para el que la tiene y para los demás?
Te ruego me digas qué te parece más razonable, que tú obedezcas a la Naturaleza o que la Naturaleza te obedezca a ti. ¿Qué te importa partir un poco antes de un lugar de donde al fin has de partir? Nuestro cuidado no ha de ser vivir mucho tiempo, sino vivir bastante; porque lo primero depende del destino y lo segundo, de nuestra conducta.
Siempre es larga la vida cuando es completa. Ahora bien, es completa cuando el alma ha adquirido el bien a que estaba destinada y se ha hecho dueña de su conducta.
¿De qué le sirven a aquel hombre los ochenta años que ha pasado en la holganza? No ha vivido ese tiempo; se ha limitado a permanecer en la vida; no ha muerto tarde, sino despacio. Ha vivido ochenta años, pero es necesario ver desde qué día cuentas el tiempo de su muerte.
Por el contrario, este otro ha muerto muy joven, pero ha cumplido todos los deberes del buen ciudadano, del buen hijo y del buen amigo habiendo llenado todas las obligaciones. Aunque su edad no es avanzada, su vida está completa.
El primero ha vivido ochenta años; di mejor, ha durado ochenta años; a no ser que digas que ha vivido como se dice que viven los árboles.
Te ruego, querido Lucilio, hagamos de manera que nuestra vida sea como las cosas preciosas, que tienen más peso que extensión; midámosla por las acciones y no por el tiempo.
¿Quieres saber en qué difiere ese hombre vigoroso que ha ascendido al sumo bien —después de haber experimentado todas las desgracias de la condición humana— de aquel otro cargado de muchos años? El uno vive después de su muerte, el otro está muerto antes de morir.
Honremos, pues, y contemos en el número de los dichosos al que ha empleado bien el poco tiempo que se le ha concedido, porque ha reconocido y seguido la luz de la verdad. Se ha distinguido del vulgo y ha mostrado su fortaleza durante su vida.
Algunas veces gozó de días buenos; algunas también, como suele acontecer, se nubló el brillo de su estrella. ¿Por qué quieres saber cuánto ha vivido? Lo bastante para pasar a la posteridad y hacer estimable su memoria.
No rechazaría yo una vida larga aunque no crea que sería menos feliz siendo corta; porque no cuento con el último día que el amor de la vida podría prometerme, convencido como estoy de que no hay ninguno que no pueda ser el último.
¿Por qué me preguntas si soy joven aún y cuántos años puedo tener? Poco importa; tengo los míos. Así como un hombre puede ser bien proporcionado con escasa estatura, puede encontrarse vida perfecta con mediana duración.
La edad debe colocarse en el número de las cosas extrañas. No depende de mí vivir mucho tiempo, pero sí depende de mí ser hombre honrado mientras viva. Pídeme solamente que no pase mis días en la oscuridad y que ocupe mi vida sin dejar que se deslice inútilmente.
¿Quieres saber cuál es la mayor extensión de la vida? Vivir hasta haber adquirido la sabiduría. El que ha llegado a ella puede decir que ha llegado, no a un fin dilatado, sino al máximo. Que se gloríe confiadamente; que dé gracias a los dioses y se congratule y agradezca a la Naturaleza haber existido.
Puede hacerlo con razón, porque ha devuelto la vida mejor que la ha recibido: mostró el ejemplo del hombre honrado e hizo ver su dignidad y grandeza. Si se hubiese prolongado el término de su vida hubiera sido, sin duda, igual al pasado.
¡Cuán poco vivimos! y, sin embargo, queremos tener el conocimiento de todas las cosas. Sabemos cuáles son los principios que tanto elevan a la Naturaleza; cómo ordena el mundo; cómo regula las estaciones y los años; cómo ha reunido todo lo que estaba disperso haciendo de ella misma su propio fin.
Sabemos que los astros giran por el impulso que les es natural y que, exceptuando la Tierra, todas las cosas van arrastradas en continuo movimiento. Sabemos cómo se adelanta la luna al sol y por qué, siendo más lenta, le deja a la espalda, aunque aquél sea mucho más rápido; cómo recibe y pierde enseguida la luz; lo que hace la noche y lo que vuelve a traer el día.
Mas es necesario subir al cielo desde donde se verán todas estas cosas más de cerca. Esta esperanza, dice el sabio, y el convencimiento de que tengo abierto el camino para volver a la compañía de los dioses, no me hará partir con mayor decisión; he merecido el honor de ser admitido allí; he estado ya entre ellos dirigiéndoles frecuentemente mis pensamientos y recibiendo los que ellos me han enviado.
Pero aunque se me arrebatase de este mundo sin que quedase nada de mí; aunque nada restase del hombre después de su muerte, no saldría de este mundo con menos resolución, aunque no hubiese de pasar a ningún otro.
«¡Pero no ha vivido tanto como podía vivir!» ¿No sabes que hay libros muy pequeños que son, sin embargo, útiles y muy estimables? Sabes que no se hace caso de los anales de Tanusio y cómo se les llama. Hay personas cuya vida es tan larga como estos anales.
¿Crees que un gladiador es más dichoso porque le maten al final y no en medio del espectáculo, y que puede encontrarse alguno tan apasionado de la vida que prefiriese ser degollado en el espoliario que perecer en la arena?
Pasamos los unos delante de los otros con intervalos muy cortos. La muerte no perdona a nadie; el que mata sigue muy de cerca al que mató. Un momento es este que tanto nos preocupa. ¿Qué importa el tiempo que evites lo que no puedes evitar? Adiós.
Si quieres tener todas las cartas de Séneca a su buen amigo Lucilio en papel o en formato digital,
las encontrarás en el libro Cartas de un ESTOICO.