Podcast: Descargar
Suscribirse: Apple Podcasts | Spotify | iVoox
El buen espíritu no se presta ni se compra
y hasta creo que si se pudiese vender
no tendría comprador
Breve y potente esta carta de Séneca, la número 27 del libro Cartas de un Estoico. Su título original es «Solamente en la virtud existe el goce verdadero». Como suele ser habitual, al final también encontramos un regalito de Epicuro. Aquí la tienes:
¡Tú me aconsejas!, me dices. ¿Te has aconsejado ya tú mismo? ¿Te has corregido y puedes dedicarte a corregir a los demás? No soy tan presumido que, estando enfermo, pretenda curar a otros; pero encontrándome acostado en la misma enfermería, hablo contigo de la enfermedad que nos es común y te comunico los remedios que empleo. Escúchame, pues, como si hablase conmigo mismo: te pongo al corriente de mi secreto y en presencia tuya me digo:
Cuenta tus años y te avergonzarás de desear hoy lo mismo que cuando eras niño; procúrate la satisfacción de ver morir tus vicios antes que tú. Abandona los torpes placeres, que tan caros cuestan, que perjudican más como pasados que como venideros.
Así como dejan inquietud los crímenes, aunque no se descubrieran cuando se cometieron, así también los placeres torpes dejan pesar cuando nos encontramos hartos de ellos. Estos placeres no son sólidos ni fieles y te abandonarán aunque no te produjesen otro daño. Busca otro goce que tenga estabilidad; pero no existe ninguno fuera del que el alma encuentra en sí misma.
Solamente la virtud puede dar goce sólido y perpetuo, y si se presenta algún obstáculo, es como las nubes que pasan por delante del sol, sin extinguir jamás la luz. ¿Cuándo conseguiremos este goce? No se cesa ciertamente de preguntarlo, pero nadie se apresura a adquirirlo.
Mucho queda por trabajar, mucho se ha de velar, trabajo personal hay que emplear para conseguirlo, porque este negocio no se trata por intermediario: en otro género de estudios puede recibirse auxilio.
Nuestro contemporáneo Calvino Sabino era muy rico, gozando de gran y seguro caudal. Nunca vi hombre feliz más inepto. Su memoria era tan mala que olvidaba en tanto el nombre de Ulises, en tanto el de Aquiles o el de Príamo, aunque les conoció como conocemos a los maestros que nos enseñan.
Nunca mayordomo torpe estropeó más los nombres que estropeaba él los de troyanos y griegos. Sin embargo, quería pasar por erudito y he aquí el medio que escogió: compró muy caros dos esclavos, uno para que aprendiese de memoria a Homero, el otro a Hesiodo: compró otros nueve y a cada uno le hizo aprender un poema lírico. No te extrañe que le costasen mucho, porque no los encontró instruidos, sino que les hizo instruir.
En cuanto tuvo formada esta compañía, comenzó a atormentar a los que comían a su mesa. Tenía a sus pies a los que le apuntaban los versos que quería citar, pero casi siempre quedaba a la mitad. Estantilio Quadrato, roedor de necios ricos, y por consiguiente, burlón y lo que va unido a estas dos cosas, sarcástico, le aconsejó que tuviese gramáticos para que consignasen sus palabras: pero habiéndole dicho Calvino que cada esclavo de aquellos le costaba dos mil escudos, le contestó: «Por menos dinero hubieses adquirido otras tantas bibliotecas».
Este hombre, sin embargo, tenía el capricho de creer que sabía todo lo que sabían sus esclavos. El mismo Estantilio le propuso que se ejercitase en la lucha, aunque le veía pálido, delgado y lánguido; y habiéndole contestado Sabino: «¿Cómo he de hacerlo si apenas puedo sostenerme?» «No digas eso, te lo ruego —le replicó—; ¿no ves cuantos siervos robustos tienes?»
El buen espíritu no se presta ni se compra y hasta creo que si se pudiese vender no tendría comprador; lo malo se compra todos los días.
Pero recibe lo que te debo y adiós. «La pobreza que se acomoda a la ley de la Naturaleza vale tanto como las riquezas». Esto lo dice con frecuencia Epicuro, en tanto de una manera, en tanto de otra; pero nunca se dice demasiado lo que no se llega a aprender bien. Basta para algunos mostrarles los remedios, a otros hay que inculcárselos. Adiós.
Si quieres tener todas las cartas de Séneca a su buen amigo Lucilio en papel o en formato digital,
las encontrarás en el libro Cartas de un ESTOICO.