214. Entrena comiendo y durmiendo de forma espartana (Séneca)

El título original de esta carta de Séneca es «De los regocijos del sabio», en ella habla a su amigo Lucilio sobre los excesos que tiene el pueblo en determinadas fechas y cómo adaptarse a ello. También le dice que con poco para comer puede conformarse, invitándole a probar precisamente eso algunos días, comer de forma espartana y dormir en el suelo.

Termina mencionando a Epicuro (muy nombrado en sus cartas) sobre la ira. Vamos allá:

Nos encontramos en diciembre, el mes en que la ciudad se enardece más y como de derecho en el desorden público; por todas partes se hace ruido y grandes preparativos como si las Saturnales fuesen otra cosa que días laborables.

Existe sin embargo alguna diferencia y me parece que la señaló bien el que dijo que diciembre duraba antes un mes y ahora dura todo el año. Si te tuviese aquí, con mucho gusto convendría contigo lo que debemos hacer; si habíamos de vivir como de ordinario, o si para no aparecer como enemigos de la costumbre, dejaríamos la toga y nos regocijaríamos como los demás.

Porque ahora cambiamos de ropa en los días de diversión de la misma manera que se hacía antes cuando la república se encontraba entristecida y conmovida.

Si te conozco bien, obrarás como amigable componedor, que no quiere mostrarse en estos momentos ni enteramente conforme ni enteramente contrario al vulgo; no ser quizá que debamos contenernos y privarnos de los placeres en la época en que todo el mundo se lanza a ellos. Nunca puede conocer tan bien su firmeza el espíritu como cuando nada encuentra que pueda arrastrarle ni inclinarle a la disolución.

Necesaria es en verdad mucha fortaleza para permanecer seco y sobrio ante un pueblo ebrio y vomitando; así es que ha de tenerse gran temperamento para hacer lo mismo que los demás, pero de manera más decorosa, sin distinguirse ni ocultarse, ni mezclarse tampoco con toda clase de personas; porque puede festejarse el día sin traspasar los justos límites.

Por lo demás, tanto deseo probar la firmeza de tu alma, que te aconsejo, según el precepto de grandes personajes, dediques algunos días en los cuales, contento con poca y malísima comida y miserablemente vestido, puedas decir: «¿Es esto lo que tanto temía?.»

Conveniente es prepararse en la tranquilidad para las cosas más desagradables y durante los favores de la fortuna disponerse para sus injurias.

El soldado, durante la paz, se ejercita en la carrera, lanza el dardo y se fatiga en trabajos inútiles para poder atender a lo necesario. Para no estremecerse en la ocasión, es indispensable ejercitarse de antemano.

Esto han hecho muchas personas importantes, que se han sometido a la escasez y pobreza voluntaria durante algunos días y aún meses, a fin de que nunca les sorprendiera lo que con tanta frecuencia habían practicado.

No creas que pretendo obligarte solamente a que no comas bien, te alojes como los pobres y adoptes las falsas abstinencias que los ricos han inventado para curar su tedio; pretendo que no tengas más que un jergón, un saco burdo y sórdido y duro pan: hazlo así tres o cuatro días y algunas veces más, con objeto de que no sea esto un juego sino verdadera prueba.

No puedes figurarte, querido Lucilio, cuán contento estarás cuando veas que por dos óbolos quedas saciado y que no necesitas los socorros de la fortuna, puesto que, a pesar de irritarse en contra tuya, no puede privarte de lo necesario.

Pero no te figures entonces que has hecho algo extraordinario; porque no habrás realizado nada que muchos millares de esclavos y muchos millares de pobres no hagan todos los días. Solamente debes congratularte por haberlo hecho sin verte obligado a ello y siempre te será tan fácil soportar todo esto como ensayarlo algunas veces.

Ejercitémonos, pues y para que la fortuna no nos coja de improviso, hagámonos familiar la pobreza. Seremos ricos con menos temor cuando sepamos que no es mal tan grande ser pobre.

Epicuro, aquel gran maestro de la voluptuosidad, tenía días en que no se alimentaba más que a medias, para ver si esto podía disminuir la grande y perfecta voluptuosidad que buscaba, para apreciar cuánto disminuía y si merecía aquello atormentarse mucho: así lo dice en aquellas epístolas que escribió a Polyceno, siendo magistrado Carino.

En estas epístolas se alaba «de alimentarse con menos de un as y que Metrodoro, que aún no era tan sobrio, lo gastaba entero.» ¿Podrás creer que con tales comidas puede satisfacerse el apetito? Pues existe en ellas hasta voluptuosidad; no aquella voluptuosidad ligera y fugaz que necesita se la mantenga, sino satisfacción sólida y asegurada.

No es cosa agradable beber agua y comer polenta o pan de cebada; pero satisfacción suma es contentarse con él y haberse reducido a cosas que la fortuna más adversa no puede arrebatar.

A los criminales destinados al último suplicio se les alimenta mejor y con más esplendidez en la prisión. Pero ¡cuánta grandeza de alma existe en abrazar voluntariamente lo que ni siquiera se soportaría estando reducidos a la más desgraciada extremidad! esto es embotar los dardos de la fortuna.

Empieza, pues, querido Lucilio, a seguir tan laudable costumbre y elige algunos días para retirarte y familiarizarte con la indigencia; empieza a tener comercio con la pobreza.

«Atrévete a despreciar las riquezas para ser digno de Dios.»

Solamente es digno de Dios el que desprecia las riquezas. No te prohíbo que las poseas, pero quiero que las poseas sin inquietud; lo cual conseguirás si te persuades de que no dejarás de vivir dichoso sin ellas y si las consideras siempre como próximas a perderse.


Pero ya es tiempo de terminar. -Primero paga lo que debes, dirás tú. -Te remitiré a Epicuro y él será quien pague.

«El exceso de la cólera engendra la locura.»

Debes saber cuán verdadera es esta sentencia, puesto que tienes criados y enemigos. Porque esta pasión, que así procede del amor como del odio, se exacerba contra toda clase de personas, lo mismo en medio de las diversiones que de las ocupaciones graves, por esta razón no debe atenderse tanto a la importancia de la causa que la produce como a la disposición del espíritu que la experimenta; de la misma manera que importa poco que el fuego sea grande y sí mucho la materia sobre que cae, porque existen cosas tan sólidas que son impenetrables al fuego más activo y otras, por el contrario, son tan inflamables, que basta una chispa para levantar inmensa hoguera.

Así te digo, querido Lucilio, que el término de la cólera excesiva es el furor; es, pues, indispensable evitarla, no solamente atendiendo a la moderación, sino también para conservar la mente sana. Adiós.


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